lunes, 22 de noviembre de 2010

Videodrome (1983)

'Long live the new flesh' (algo así como 'larga vida a la nueva carne') es una de las frases que pueden oírse en más de una ocasión en este largometraje canadiense (algo por lo que los eternos rivales estadounidenses no tienen nada que envidiarles) de la mano del director David Cronenberg y que, oportunamente, voy a ir desentramando el por qué de esa nueva carne.
Desde el vamos, la trama de la película atrae como un imán con su propuesta perturbadoramente llamativa: una pequeña señal de cable, a cargo de Max (James Woods), intenta darle a su programación un golpe arriesgado para poder captar mayor atención del público, algo típico si ponemos a analizar la desgarradora lucha de hoy día por acaparar el target al que apunta la caja boba. Esa renovada propuesta que pretende llevar a cabo el protagonista se trata de un programa que uno de sus asistentes logra captar manipulando algunos cables (cazadores de piratas abstenerse) y de esta forma consigue sintonizar VIDEODROME, una transmisión muy inusual que pareciera tener tintes de Reality Show pero que mezcla ciertos elementos que son los más icónicos de esta película: sexo sadomasoquista, una repentina participación de gente del gobierno en su creación y hasta transformaciones corporales producidas por el consumo de este producto. Sé que suena extraño y una mueca de disgusto puede aparecer en los más impresionables al idealizar esta película, pero si solo el hecho de imaginarla les produce ciertos retorcijones les recomiendo que opten por alguna pochoclera de turno.
Haciendo un paréntesis de la historia cabe destacar el desarrollo del personaje de Max, sobriamente llevado a la vida por Woods, ya que primeramente siendo un productor que empedirna e inescrupulosamente busca el máximo beneficio sin importar qué medio utilizar va siendo atrapado en una propia psicosis que envuelve tanto a agentes políticos y conspiraciones como a televisores que comienzan a cobrar vida (suena demasiado,  pero el trabajo de los efectos visuales es imperdible, sobre todo teniendo en cuenta que es un film de hace 3 décadas) con una calidad visual tal que en más de un momento te invade el impulso de poner STOP y dejarla en el olvido. El cast cuenta con presencias y personajes que perfeccionan la historia con seguridad: Nicki (Deborah Harry, conocida por ser la líder vocal de la legendaria banda Blondie) en el papel de una psiquiatra especializada en sexo sádico que conoce a Max en un programa de debates televisivo, donde el personaje de Woods sale a defender su programación basada en sutiles entregas eróticas. A este debate se le suma el Profesor Brian O'Blivion (Jack Creley) que es quien encuadra mejor el perfil filosófico que muchas veces repentina y otras implícitamente aparece en la película y cuya nota que más cabe destacar es que el mismo solo permitía ser reportado si su cara salía a través de un televisor, una suerte de genio atrapado. Aunque al analizar a fondo VIDEODROME, todos los personajes en mayor o menor medida estaban atrapadas por el aparato.
El momento del romance se da entre Max y Nicki que en su primer encuentro colocan la cinta en cuestión y el sexo comienza a mezclarse en un limbo donde las barreras que separan lo real de lo ficticio comienzan a distorniarse cada vez más a tal punto de perderse bruscamente en algunas ocaciones.
Al descubrir Max que la señal del programa provenía de Pittsburgh, Nicki decide audicionar para el programa y toma un vuelo. Las preocupaciones de su nuevo amante se tornan cada vez más fundadas, cuando al invitar a una vieja amiga para que lo ayude con su programación se entera que detrás de VIDEODROME hay una trama política cuyo fin es desconocido pero la violencia desbordada característica del programa no estaba muy alejada de encuadrar tal objetivo. Tras ello decide acudir a O'Blivion, que según Masha (Lynne Gorman), tenía información acerca del programa. Cuando éste lo contacta a través de su hija, se entera que fue el profesor quien creó tal señal y cuando descubrió que se usaría con fines impensados sus compañeros decidieron utilizarlo en su contra para callarlo y, por qué no, matarlo. Lo que aparecía en los debates televisivos era simplemente un video grabado por Brian antes de su muerte, había hecho lo mismo cientos de veces para perpetuar su utópica visión del nuevo mundo.
El resto se lo dejo para su deleite, cada minuto de VIDEODROME es una joya del cine under de los '80, demostrando una vez más la gran percepción canadiense para con el séptimo arte, muchas veces menospreciada. Los amantes del género no pueden dejar pasarla.
Los choques visuales bestiales de esta obra pueden resumirse en la imagen en la que del estómago de Max se crea una cavidad de la forma de una videocasetera donde cabe perfectamente (y eventualmente lo hará) un videocassette, transformándolo en un humanoide futurísticamente customizado.
Es una delgada y fina línea la que separa durante toda la trama la realidad que podemos percibir y la que está detrás de la pantalla, que muchas veces termina mezclándose y haciéndonos preguntar si realmente no estamos inmersos en el mismo dilema hoy día. Veamos si después de la escena final miramos la televisión con los mismos ojos, o si es que ella nos vuelve a mirar de la misma forma a nosotros.


Trailer de VIDEODROME

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