martes, 19 de julio de 2011

Limitless (Sin Límites, 2011)

Si alguien hubiera opinado que las historias del séptimo arte que rondan en el mundo de las drogas ya habían pasado su cuarto de hora se equivocó. A pesar de que la gran crisis de originalidad que viene sufriendo la vida detrás de la pantalla grande pareciera estar menoscabando su credibilidad en 2011, Limitless es un trabajo que nos hace saber que aún Hollywood puede crear y cautivar como en sus mejores tiempos y, aún mejor, combinando con la crudeza atrapante de clásicas cintas independientes del género, podríamos llamarlo… DRUGGY. Pero Sin Límites es un poco más que una historia basada en su protagonista envuelto en los efectos psicóticos que produce una pastilla, es una visión que el director nos muestra a través de Eddie Morra (Bradley Cooper, en uno de sus más destacables personajes) y como ve transformarse su mediocre cotidaneidad de escritor frustado neoyorkino hasta lograr estrecharse la mano con uno de los máximos exponentes del mundo accionario Carl Van Loon (encarnado por Robert De Niro).
Todo parece una carrera meteórica hasta una vida plagada de éxito sin límites desde que Edward consigue una droga clandestina que permite explotar la actividad cerebral a niveles incalculables. El personaje logra ver más allá que el resto de los mortales aunque paradójicamente el beneficiario se vuelve víctima de sus propia condición de mortal.
Neil Burger, el director, logra crear un escenario visualmente atrapante, sobre todo en las bien logradas tomas hipnóticas donde nos podemos transportar en Limitless, recibiendo una breve porción de sensación de lo que habrá tenido que ¿sufrir? en carne propia Eddie. El reparto acompaña tímida pero eficazmente a la historia, no centrándose mucho más que en su verdadera protagonista: la NZT.
Probablemente al poder acudir a cada recuerdo, instante y dato archivado en nuestra memoria, el poder de manipulación a nuestro favor crecería exporencialmente, pero ni siquiera Edward podrá adaptarse repentina y mágicamente a su nuevo estilo de vida.
Tal vez lo único que hace ruido en esta producción es, justamente, sus limitaciones. La historia podría haber ido mucho más allá ni genera el impacto que podría haber generado la misma con el toque crudo de una producción independiente pero con tanta grandeza como 'Trainspotting' o 'Requiem For A Dream' (ambos largometrajes acerca del mundo de las drogas), pero Limitless pasea sutilmente por esos rincones under y realiza guiños a muchas de esas grandes obras, tan solo que le agrega la prerrogativa hollywoodense para un público más masivo que pueda disfrutar un tipo de historia que pudo haberla visto en una película de clase B en un canal de cable pero en la pantalla grande, con una gran banda sonora y montaje nada despreciable.
Tiene su límite, la historia termina. Pero es, mientras dura, una experiencia para nada olvidable que nos hace fantasear sobre qué seríamos capaces de lograr si tuviéramos la posibilidad de usar nuestro cerebro en su máximo potencial.


Trailer de LIMITLESS

lunes, 22 de noviembre de 2010

Videodrome (1983)

'Long live the new flesh' (algo así como 'larga vida a la nueva carne') es una de las frases que pueden oírse en más de una ocasión en este largometraje canadiense (algo por lo que los eternos rivales estadounidenses no tienen nada que envidiarles) de la mano del director David Cronenberg y que, oportunamente, voy a ir desentramando el por qué de esa nueva carne.
Desde el vamos, la trama de la película atrae como un imán con su propuesta perturbadoramente llamativa: una pequeña señal de cable, a cargo de Max (James Woods), intenta darle a su programación un golpe arriesgado para poder captar mayor atención del público, algo típico si ponemos a analizar la desgarradora lucha de hoy día por acaparar el target al que apunta la caja boba. Esa renovada propuesta que pretende llevar a cabo el protagonista se trata de un programa que uno de sus asistentes logra captar manipulando algunos cables (cazadores de piratas abstenerse) y de esta forma consigue sintonizar VIDEODROME, una transmisión muy inusual que pareciera tener tintes de Reality Show pero que mezcla ciertos elementos que son los más icónicos de esta película: sexo sadomasoquista, una repentina participación de gente del gobierno en su creación y hasta transformaciones corporales producidas por el consumo de este producto. Sé que suena extraño y una mueca de disgusto puede aparecer en los más impresionables al idealizar esta película, pero si solo el hecho de imaginarla les produce ciertos retorcijones les recomiendo que opten por alguna pochoclera de turno.
Haciendo un paréntesis de la historia cabe destacar el desarrollo del personaje de Max, sobriamente llevado a la vida por Woods, ya que primeramente siendo un productor que empedirna e inescrupulosamente busca el máximo beneficio sin importar qué medio utilizar va siendo atrapado en una propia psicosis que envuelve tanto a agentes políticos y conspiraciones como a televisores que comienzan a cobrar vida (suena demasiado,  pero el trabajo de los efectos visuales es imperdible, sobre todo teniendo en cuenta que es un film de hace 3 décadas) con una calidad visual tal que en más de un momento te invade el impulso de poner STOP y dejarla en el olvido. El cast cuenta con presencias y personajes que perfeccionan la historia con seguridad: Nicki (Deborah Harry, conocida por ser la líder vocal de la legendaria banda Blondie) en el papel de una psiquiatra especializada en sexo sádico que conoce a Max en un programa de debates televisivo, donde el personaje de Woods sale a defender su programación basada en sutiles entregas eróticas. A este debate se le suma el Profesor Brian O'Blivion (Jack Creley) que es quien encuadra mejor el perfil filosófico que muchas veces repentina y otras implícitamente aparece en la película y cuya nota que más cabe destacar es que el mismo solo permitía ser reportado si su cara salía a través de un televisor, una suerte de genio atrapado. Aunque al analizar a fondo VIDEODROME, todos los personajes en mayor o menor medida estaban atrapadas por el aparato.
El momento del romance se da entre Max y Nicki que en su primer encuentro colocan la cinta en cuestión y el sexo comienza a mezclarse en un limbo donde las barreras que separan lo real de lo ficticio comienzan a distorniarse cada vez más a tal punto de perderse bruscamente en algunas ocaciones.
Al descubrir Max que la señal del programa provenía de Pittsburgh, Nicki decide audicionar para el programa y toma un vuelo. Las preocupaciones de su nuevo amante se tornan cada vez más fundadas, cuando al invitar a una vieja amiga para que lo ayude con su programación se entera que detrás de VIDEODROME hay una trama política cuyo fin es desconocido pero la violencia desbordada característica del programa no estaba muy alejada de encuadrar tal objetivo. Tras ello decide acudir a O'Blivion, que según Masha (Lynne Gorman), tenía información acerca del programa. Cuando éste lo contacta a través de su hija, se entera que fue el profesor quien creó tal señal y cuando descubrió que se usaría con fines impensados sus compañeros decidieron utilizarlo en su contra para callarlo y, por qué no, matarlo. Lo que aparecía en los debates televisivos era simplemente un video grabado por Brian antes de su muerte, había hecho lo mismo cientos de veces para perpetuar su utópica visión del nuevo mundo.
El resto se lo dejo para su deleite, cada minuto de VIDEODROME es una joya del cine under de los '80, demostrando una vez más la gran percepción canadiense para con el séptimo arte, muchas veces menospreciada. Los amantes del género no pueden dejar pasarla.
Los choques visuales bestiales de esta obra pueden resumirse en la imagen en la que del estómago de Max se crea una cavidad de la forma de una videocasetera donde cabe perfectamente (y eventualmente lo hará) un videocassette, transformándolo en un humanoide futurísticamente customizado.
Es una delgada y fina línea la que separa durante toda la trama la realidad que podemos percibir y la que está detrás de la pantalla, que muchas veces termina mezclándose y haciéndonos preguntar si realmente no estamos inmersos en el mismo dilema hoy día. Veamos si después de la escena final miramos la televisión con los mismos ojos, o si es que ella nos vuelve a mirar de la misma forma a nosotros.


Trailer de VIDEODROME

lunes, 15 de noviembre de 2010

Rear Window (La Ventana Indiscreta, 1954)

Para comenzar con este proyecto de blog me pareció lo más apropiado darle el honor a la película que le dio el nombre y si me permiten, una de mis favoritas de siempre.
Como era de esperarse, he aquí otra joya del séptimo arte a cargo del inigualable Alfred Hitchcock. No solamente es un ejemplo de cómo manejar la dirección en un largometraje sino que las actuaciones del cast son irrepetibles. Tenemos a un Jimmy Stewart (Jeff) en el protagónico masculino encarando a un fotógrafo periodístico de la ciudad de Nueva York que se encuentra postrado en una silla de ruedas producto de un accidente automovilístico que le dejó de saldo una pierna inamovible; por su parte Grace Kelly (Lisa, la novia de clase alta) hace una complementación perfecta con el personaje de Stewart y es más que su pareja, su cómplice. El reparto también tiene a Thelma Ritter (Stella) como la kinesióloga que se encarga de darle un especial toque humorístico a este thriller con sus espontáneas y mordaces frases que lanza al aire con tanta naturalidad como crudeza. Otro personaje es Wendell Corey encarnando al detective Thomas Doyle, viejo amigo de Jeff.
Más allá de las actuaciones (irreprochables), el eje comienza a enmarcarse cuando, tras no soportar el aburrimiento que le producía a Jeff su semi-inamovilidad, cedió a la curiosidad y comenzó a estudiar detenidamente el comportamiento de sus vecinos co-lindantes a través de la ventana de su departamento. Todo parecía muy normal, una vecina rubia despampanante que llevaba uno que otro amante a su habitación, una pareja recién casada que no dudaba en demostrar a plena luz del día sus momentos pasionales, una anciana que acababa de enviudar y se había entregado repentinamente a las pastillas y el alcohol, entre otras delicias cotidianas que se pueden percibir si uno pusiera la atención (y el tiempo) del que Jeff parecía disponer en demasía.

Toda esa banal normalidad comienza a disiparse cuando el protagonista descubre tras espiar con el zoom de su cámara la intimidad de Thorwald (Raymond Burr) y su esposa inválida, quién yacía hacía un tiempo en cama. Una noche observa como este vendedor neoyorquino sale de su apartamento cargando un maletín (dónde llevaba supuestamente los objetos que vendía), lo cual parecería algo muy común a no ser por la hora de la madrugada en que se encontraba, y el segundo vestigio que hizo ruido a Jeff fue al darse cuenta que su cónyuge no se encontraba más en su cama.
Es ahí cuando el personaje de Corey entra en acción, solicitado por su gran amigo Jeff para investigar que había pasado con la mujer, ya que le resultaba muy extraño que al estar tan enferma haya salido de su hogar sin su marido y éste continuase su regular vida dentro y fuera de él. Pero la decepción del protagonista llega cuando el detective había averiguado que la esposa simplemente había tomado un tren para visitar a su familia (lo que finalmente había sido toda una puesta en escena por parte de Thorwald).
El leve atisbo de resignación por parte de Jeff desaparece cuando encuentran muerto al perro de una de las parejas del vecindario, y cuando todos salen a fisgonear (tras el grito de su dueña) qué había sucedido, el único que quedó indiferente dentro del confort de su hogar fue nadie más que Thorwald y es aquí cuando el personaje de Stewart comienza a adentrarse aún más (casi caprichosamente) en su teoría sobre el asesinato de la mujer del sospechoso, creando una conjetura muy curiosa: seguramente había sido éste quién eliminó al canino por estar hurgando en las flores de su jardín donde, según Jeff, era probable que haya algo incriminador enterrado.
Stella y Lisa comenzaron a ceder a favor de las teorías insistentes de Jeff y tal vez descartando (al menos un poco) la idea de que el personaje de Stewart había entrado en una especia de limbo psicótico (tema recurrente en la filmografía del director) y obsesivo que se enmarcaba en lo que había detrás de esa ventana, un escenario lleno de situaciones tan desopilantes como sospechosas y que llevaría a este simple fotógrafo a desentramar uno de los crímenes (no tan) perfectos más icónicos de la historia del cine. 
A todo el suspenso que se le puede adjudicar a esta obra de arte (como en las tomas en las que la enfermera y su novia salen a revisar apresuradamente el jardín y eventualmente el departamento del sospechoso después de que Jeff lo llamó fingiendo interés por algo que 'sabía sobre Thorwald' apuntando una cita en un bar cercano para darle tiempo a sus 'secuaces' de encontrar algo incriminante, sabiendo que el señor de casa volvería en cualquier instante) también se le agrega un toque de romanticismo entre dos personajes tan dispares pero que tan bien ensamblan a la hora del amor. Lisa, una refinada chica de la alta clase, que gira su mundo en torno a la moda, lo cual produce a Jeff cierta duda sobre la correspondencia en esa relación, con vaivenes tan atrapantes como el eje mismo de la película.
El final no se los voy a desmantelar, pero la forma en la que se desenvuelve es sorprendente y te deja con la respiración entrecortada hacia el último segundo, con una técnica a cargo del genio de Hitchcock impecable, que siempre ha sido marca registrada en sus trabajos: guión atrapante con conversaciones perfectamente pulidas y dotadas de gran contenido irónico como las inesperadas frases a cargo de Ritter, musicalización contenida pero concisa, un elenco perfectamente elegido para encarnar a los personajes también sólidamente desarrollados y un enfoque a través del marco de una ventana que en gran parte de la película te hará sentir dentro de ella, palpitando las mismas sensaciones que envuelven la curiosidad de Jeff y que, a pesar de lo que primeramente todos negaban, había algo perverso escondido tras el edificio de enfrente y todo ha sido desentramado tan solo a través de una (pareciera) insignificante ventana.
Para los amantes del suspense y del buen cine no pueden dejarla pasar, quedarán pegados al asiento (o donde sea que estén) los 112 minutos más palpitantes de la historia hitchcockiana.